MAPA DE EVENTOS

MEMORIA DEL CONURBANO (2002)

NO ESTÁN
SOLOS

Reconstrucción de la Masacre de Avellaneda y el
legado de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki.

“Nos reconocemos en la muerte para hacer posible la vida”

El 26 de junio de 2002, distintas organizaciones piqueteras y sindicales de Buenos Aires se movilizaron hacia Capital Federal en una jornada de lucha unificada. En tiempos signados por el hambre y la desocupación masiva, y todavía al calor del levantamiento popular de diciembre de 2001. Desde arriba y desde los escritorios, nada cambiaba para bien en Argentina.

El presidente Eduardo Duhalde estaba muy preocupado por restablecer el orden y acordar con el Fondo Monetario Internacional. Los políticos se aferraban a sus sillones mientras todavía tronaba el grito popular pidiendo “que se vayan todos”.

La organización del malestar crecía en todos los rincones del país y el Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD) Aníbal Verón era una expresión de ese contexto: heredando las luchas piqueteras de la Patagonia, nombrándose como el trabajador salteño asesinado en la ruta y tejiendo formas nuevas y prefigurativas de hacer política.

En esos años, cambiar el mundo empezaba en los barrios, en asambleas y en preguntas sobre nuevas formas de organización: mandar obedeciendo, horizontalidad, democracia de base, eran todas ideas que regían la organización social. Desde abajo y desde las calles, mucho cambiaba para bien en Argentina.

San Darío del Andén. Maxi, el ángel piquetero. Jóvenes del conurbano, de la misma generación, con recorridos distintos, pero, a la vez, tan parecidos, tan hartos de su presente de miseria, de un sistema violento y autoritario. Tan pensantes de las injusticias, sensibles a los dolores propios y ajenos. Tan llenos de historia.

Esa misma historia es la de ellos y es la historia que nos hace. Y son ellos los que nos hacen y, también, lo que de ellos nos deshace.

Y desde el dolor, nos aferramos a nuestras estampitas. O, como dice Schmucler, nos reconocemos en la muerte para hacer posible la vida.

Nuestro Andén del Plebeyo Piquete. Nuestro Puente Pueyrredón con fuego.

"Un territorio en el umbral"

Dónde



La Boca nos huele a conventillo, casonas viejas y azuloro. Ahí donde suele haber incendios “accidentales” que son intencionados para desalojar habitantes, gentrificar esencias barriales y demoler edificios. Dock Sud huele a humedad y viejos barcos. Ahí, donde antes hubo astilleros y sindicatos combativos, hoy huele a agua sucia y nostalgia. Barracas huele a mercado y noche, a resistencias y explotación laboral. El puente huele a goma quemada, tiene las marcas, las manchas, la espesura de un territorio con mucha historia. Un territorio en el umbral.

Bien al sur, como el tango, empieza el primer cordón del conurbano bonaerense.

“Thank you, Mister President”, le decía el entonces mandatario, Carlos Menem, a su par -altamente impar- George W. Bush padre. Le agradece las bondades bilaterales, los buenos tratos y el Consenso de Washington.

Nunca un nombre más transparente para una política que no haría lugar para el conflicto y que solo serviría para el dominio político y económico de los grandes capitales. Sospechemos de los títulos que hablan de paz, de acuerdo y en contra de la violencia, porque el dedo señala para distraernos.

El souvenir de ese supuesto consenso está grabado en los territorios: el paisaje obrero del conurbano fue reemplazado por un escenario de desamparo que, por años, no encontró consuelo ni en sus sindicatos ni en las organizaciones tradicionales. En la zona sur del Gran Buenos Aires, el neoliberalismo se fue haciendo carne y paisaje. La desregulación en el control de la economía, las privatizaciones y la protección a las patronales originaba más perjuicios para la población. La privatización de YPF junto a la liquidación de la Marina Mercante y el cierre de los astilleros dejaron a miles de trabajadores desocupades. Esto impactó inmediatamente sobre el puerto del Dock Sud y todas las barriadas aledañas que de algún modo dependían de la actividad del puerto, que hasta antes de las privatizaciones estaba en manos del Estado.

La falta de control sobre las actividades de las empresas generó, además, un impacto ecológico. La tremenda contaminación ambiental actual, producida por el mal tratamiento de las petroleras del lugar, sufrida por las familias vecinas del puerto del Dock, es el golpe adicional al cierre de las fuentes de trabajo.

Neoliberalismo es vida degradada para las mayorías. Y “vida” es trabajo, hábitat, expresión, ambiente, cultura.

Avellaneda, Lanús, Lomas, Esteban Echeverría, Quilmes. Antes, cordones fabriles. Después, anillos oxidados.

De la maraña acordonada de pueblos, migraciones y colores; del cordel populoso tan, pero tan demasiado grande: de ahí, venían Maxi, Darío y las compañeras el 26 de junio. A cortar el Puente Pueyrredón que une Avellaneda (Gran Buenos Aires, primer cordón del conurbano) con Barracas (barrio -hoy comuna- de Capital Federal).

A unas cuadras, la estación de trenes Darío y Maxi, ex estación Avellaneda.

Memoriales vivos,
paisajes de justicia popular.

Detener el tiempo
en el umbral



"Los 26 no se saca boleto, en la Estación
Darío y Maxi se puede pasar libremente".
(Natalia Revale, Daniel Malnati y Cristhian Dodaro)


"Bueno, si algún pibe, en algún momento, pregunta por qué ‘estación Darío y Maxi’, y bueno, ahí hay historias, ¿no? Y esa, nuestra historia, me parece muy importante. Porque las estaciones de trenes no las usan los garcas, las usan la clase trabajadora".
(Mariana, “La Negrita”1)



Una mujer vestida de verde con un caracol en su mano reza en voz alta: San Darío del Andén, patrono de los piqueteros. Otra mujer pinta un mural mientras otra sostiene a un niño en los brazos y espera el próximo tren. El olor a parafina invade el patio que da al pasillo que conecta con los andenes. El rojo de los pétalos recorre poemas y escritos, impregna frases y pintadas en la pared cada 26 de junio. Las capas de pintura y de memoria de la estación Darío y Maxi tienen el color de la sangre, del poder popular, del corazón latiendo acelerado.

Memoria y resistencia, umbral liminal.

Ahí, en la estación, el nivel mínimo de sensibilidad de nuestros sentidos se ve estimulado por sonidos, imágenes, olores y texturas que aparecen y se trasladan como impulsos nerviosos para hacer perceptible el rojo. Ahí, el aliento y las palabras se vuelven vibrantes, extremas. Los pasos brotan con la fuerza de los cuerpos que aparecen en los andenes. Los cuerpos arden en el invierno. Hierven en la delgada línea roja que marca el paso de la muerte a la vida, de la vida a la muerte. ¿Dónde huimos cuando las balas de plomo están por alcanzarnos? ¿En qué andén nos reencontramos? ¿En qué estación nos resguardamos, nos reagrupamos?

Mariana Gerardi, la “Negrita”, recuerda que, ese día, los disparos venían de abajo de las escaleras para arriba: “Yo llego a la parte como del medio de lo que sería el andén que va a Lanús y veo que hay compañeras nuestras del lado de La Plata. Entonces, yo tratando de decir que bajen y que vuelvan a subir mientras nos disparaban”. Ese día, la retirada era una responsabilidad política para algunes compañeres que se tomaron un tren hacia donde estaba sucediendo la represión y las estaciones siguientes: “Me acuerdo que mi tarea era llegar a la estación de Lanús para poder organizar lo que pudiese haber llegado de compañeros y compañeras, con dos objetivos: ver cómo estaban y reorganizar un poco (...). Había compañeros detenidos o detenidas, y había que ir a los hospitales”.2

Los ruidos de bala de goma y de plomo no son iguales, dice. El avance y el retroceso. No correr. Reorganizarse. Volver. ¿Cuál es la prioridad? ¿Bancar al que se cayó? “Hubo muchos cuerpos sosteniendo esos cuerpos heridos. Fue algo que construimos en el hacer. El registro del otre”. Darío fue uno de les tantes que se quedaron.

Los andenes todavía hacen eco de esos gritos del 26 de junio de 2002, día en el que Darío y Maxi fueron asesinados, y lugar donde hoy se manifiestan cada día. Capas y capas de historia empapelan y pintan las paredes de esa estación. Un nuevo escenario de resistencia se alzó allí a partir de aquel día. Natalia Revale, Daniel Malnati y Cristhian Dodaro hablan de la estación como una “escultura de volúmenes indeterminados en permanente transformación, que es acción”. Ya sea con una temporalidad efímera o duradera en el tiempo, la estación Darío y Maxi se ha convertido en una “es-cultura social, política y de lucha”: arte y política, trabajo colectivo, educación popular. Expresiones artísticas y homenaje a sus vidas y a las de les herides en la represión pueblan la estación. Pintadas, esculturas, objetos, murales: manifestaciones por justicia, grafitis en memoria.

Un espacio que alberga muchas luchas, un territorio donde los carteles oficiales no están. Una estación en la que confluyen los olores del tiempo, las luchas del presente. “Hay cosas que solo ocurren en ese espacio”, dice Natalia Revale mientras rasquetea paredes y encuentra una memoria en capas, una condensación de elementos, un palimpsesto donde se halla escrita una y otra vez la decisión de ocupar ese territorio después de la masacre.

Darío y Maxi no están solos.

La estación está a un lado del puente que divide la capital de la provincia, donde convergen muchas líneas de tren de ramales que van desde y hacia diferentes puntos del conurbano. Miles de personas ingresan y salen de la capital todos los días transitando una serie de estaciones que son parte de la línea Roca, impregnada del proyecto civilizador europeizante y colonial de fines del 1800. El pasado de haciendas e hipódromos, los nombres de empresarios y genocidas responsables y cómplices de la Campaña al Desierto habitan algunas paradas: Lanús, Temperley, Adrogué, Glew, Longchamps. Excepto en una de ellas: la estación Darío y Maxi, que ya no lleva el nombre de Avellaneda, el presidente que puso en marcha la última etapa de la campaña genocida al sur, la más profunda en intensidad y extensión.

El cambio de nomenclatura ocurrió también en una de las calles que rodean la estación: la que antes se llamaba Francisco Bosch (general del Ejército Argentino) hoy lleva el nombre de Mariano Ferreyra, que a los 23 años fue asesinado por un disparo en el pecho, cuando una bala proveniente de un grupo de afiliados a la Unión Ferroviaria atravesó su cuerpo.

Estación y calle esperanza, ahí donde la memoria de las luchas populares se perpetúa. Memoriales vivos, paisajes de justicia popular.

A los pocos meses del asesinato de Darío y Maxi, un incendio en la estación provocó su cierre. El Estado intentó, a base de ladrillos y cemento, tapiar el ingreso al andén y la memoria, clausurar el lugar de las pruebas de esos asesinatos. “No se podía usar, no se podía entrar”, recuerda la Negrita. La reapertura se convirtió en un hecho importante. Orlando Agüero3, quien militaba por aquellos años en el MTD Aníbal Verón, recuerda el 26 de marzo de 2004 como un día clave en la recuperación de la estación: entraron al hall donde asesinaron a Darío y Maxi rompiendo unos candados. Con la fuerza colectiva, colocaron sus nombres en un cartel de la estación. Y festejaron mucho.

Fueron varios años de disputar la estación. Los carteles eran pintados y, cuando acababa la jornada, la empresa volvía a tapar los nombres de Darío y Maxi colocando el nombre de Avellaneda. En ese tire y afloje con la empresa, se presentó un proyecto para cambiar el nombre de la estación, que se oficializó el 3 de diciembre de 2013.

Después del juicio que tuvo lugar a mediados de 2005, se mantuvo el ritual: todos los 26 de cada mes, se produce un encuentro. Y desde diciembre de 2013, con el cambio oficial de nombre de la estación, los boletos de tren dicen: “Estación Darío y Maxi”.

Hoy, a 20 años, buscan renovar la estación. Modernización, luminarias led y cámaras de seguridad prometen un lugar distinto. Hoy, a 20 años, paredes, pisos, techos, escaleras, pasillos recuerdan que la modernización neoliberal solo trajo hambre y represión.

El espejo en el que nos miramos siempre está lleno de otras personas. Muches hemos crecido bajo el sol que Darío Santillán nos dibujó. Y muches hemos sido Maximiliano en nuestra existencia y nos reflejamos en el brillo de sus ojos.

Líneas



Muy preocupado, Darío se levantó temprano. Había tenido reuniones el día antes para pensar en la seguridad del corte. Como militante formado, leía la coyuntura, las declaraciones mediáticas de los políticos que adelantaban la represión, y esa noche le faltó el sueño.

Con entusiasmo, Maxi había dicho a sus compañeres de Guernica que se había cansado de esperar. Ese día iba a su primer corte de puente, con emoción, esa emoción que empuja a abrazar protagonismo y responsabilidad. Por eso, quiso estar en la seguridad y, apenas se movió la columna de Guernica avanzando en dirección al puente, se fue para adelante.

Muches hemos crecido bajo el sol que Darío Santillán nos dibujó: hecho de coherencia, compromiso, humildad, entrega, sensibilidad, responsabilidad. Un militante de les que inspiran, que educan, que aprenden, que cuidan, que construyen. Un compañero que escribe la historia, que nos permite escribir miles de poemas y canciones.

Y mientras nos inspiramos, dibujamos, citamos y extrañamos a Darío, nunca es tarde para decir que muches, muches más hemos sido Maximiliano Kosteki en nuestra existencia. Si Darío es un ejemplo siempre imperfecto, pero conmovedor, del “hombre nuevo” guevarista, que hasta el último segundo de vida se entregó a lo justo y lo necesario, Maxi somos todes, el resto, les más. Y eso no es poco, vernos brillando, también, en los ojos de Maximiliano.

El espejo en el que nos miramos siempre está lleno de otras personas.

Y estamos hechas de la mirada de aquelles que, desde afuera, nos construyen.

Una imagen que nos permite soñar y creer es la de Darío.

Una imagen que nos permite hacer y sentir es la de Maxi.

Porque entregaron sus vidas, y no solo su muerte, por construir un mundo mejor.

Porque caminaron sus existencias entre conflictos familiares, preguntas existenciales y amistades buenas.

Maxi escuchaba Dolina, amaba el dibujo y se dejó enternecer por las niñeces. Y ese bohemio, caminante de la ciudad, empezó a militar y se tramó colectivamente. Sus amigues dicen que Maxi siempre se sentía un “autoconvocado” en las marchas. No porque no perteneciera a los procesos colectivos, sino que estaba ahí porque quería, porque lo deseaba, porque creía que era importante.

Les amigues de Darío dicen que su cuerpo y su conciencia tenían la forma de un guerrero. Él estaba enamorado de la lucha y del pueblo humilde. Por eso, quería vivir en la toma, trabajar en la bloquera y construir nuevos mundos desde las asambleas. Por eso, también, no le temía al frente de batalla, leía, escribía y pensaba sobre las fuerzas colectivas y sobre las debilidades. Pensaba al enemigo, no se conformaba con miradas simplistas o ingenuas. Y, mientras levantaba paredes y cruzaba baldíos, amaba y era amado, hijo de tantes compañeres, hermano, pareja, sensible a la escucha y a la palabra.

Qué profundo el encuentro de Darío y de Maxi, en 2002 y en nuestros corazones. Qué infinita su presencia en las paredes, en las remeras y en la historia de nuestro pueblo. Expresiones, como líneas de continuidad, que unen formas imprescindibles de estar en el mundo: la racional y la artística, la coherente y la discontinua, la que edifica barrios y la que dibuja sueños, la que inspira y la que identifica. Ya no sabemos quién es quién.

Sobre la violencia silenciosa



Maxi tenía un rechazo visceral a las prácticas políticas punteriles que veía en su barrio y que transformaban la necesidad en un recurso transable. Darío se enfrentó muchas veces a ese tipo de jugadores que, aunque vecines, trabajaban organizando la desmovilización y la obediencia. Por eso, también, los MTD y les piqueteres en general tenían un vínculo conflictivo con elles, motorizando el piquete y la resistencia.

Sin embargo, les referentes de partidos tradicionales funcionan muchas veces como chivo expiatorio, con miradas clasistas y racistas que ocultan el verdadero origen del problema: el modelo de despojo, el neoliberalismo y sus malos gobiernos. La violencia sistemática, silenciosa, que, si no la miramos, se hace rápidamente naturaleza.

En muchos sectores del conurbano, en aquellos años, se llegaba a un 60% de desocupación y un 70% de pobreza. Parecía un territorio de guerra, aunque la batalla no era con misiles -salvo en Río Tercero, Córdoba-. La disputa era por garantizar la acumulación, el sostenimiento del sistema y sus posibilidades de seguir produciendo ganancias “seguras” para inversores, acopiadores, fugadores y demás fauna global.

El saqueo neoliberal que remataba propiedad estatal en las privatizaciones, que abría fronteras a las importaciones y llevaba al cierre de pequeñas fábricas y empresas locales, que se corría de cualquier política masiva de empleo, producción o hábitat en nombre de las cuentas públicas, era el principal productor de la pobreza y el dolor de les habitantes del conurbano.

Si esa fue la realidad para todo el país en los noventa, esta región se llevó una parte terrible. En los años de la convertibilidad, el desempleo aumentó un 200% en el país.4 El anillo del área metropolitana de Buenos Aires tenía el parque industrial más grande de Argentina, con un 74,4% del total del empleo de la provincia. Se veía, a finales de los noventa, el paso de inmensas masas de poblaciones del empleo formal al informal. Vecines que hoy llamamos “trabajadores de la economía popular”. Solo entre 1991 y 1995, se perdieron 200.000 puestos de trabajo en la industria manufacturera en el Gran Buenos Aires. 5.508 plantas industriales cerradas.5

Ese proceso consolidó la fragmentación social y económica, la línea entre “ganadores” y “perdedores”, que recupera con crítica Maristella Svampa, pasaba a ser un abismo con geografía. La desocupación hizo piedra la expulsión de sectores de bajos niveles educativos e instrucción, que ya no tendrían horizontes de movimientos ascendentes. Les jóvenes tuvieron un lugar especial en esa destrucción de futuro, ya que eran y son quienes mayores niveles de desocupación sufren. Los barrios y villas se consolidaron como los paisajes del modelo nacional de vida en las grandes urbes.

El desempleo y la pobreza se hicieron estructura social: inmensa, fija, desigualmente distribuida, larga duración, organizadora diferencial de la vida en todo el país, en lo rural y lo urbano.

Este nuevo “futuro posible” para tantas personas también fue un mecanismo disciplinador de la clase trabajadora ocupada: no luche, no reclame, no espere, porque el desempleo está a la vuelta de la oficina. Así, también, la flexibilización laboral fue posible con una población llena de miedo y confusión.

En ese mundo, les jóvenes desocupades, como Darío y Maxi, veían no solo un futuro oscuro, sino un presente de escuelas, sistemas de salud, de protección social que, en ese entonces, ya empezaba a derrumbarse. Y en ese desierto, en esa crisis que es dolor y desamparo, también se construyen otros mundos posibles. Como dice Diego Sztulwark, el contexto de la crisis del 2001 hizo posible una subjetividad de crisis y la producción de “formas de vida” no-neoliberales6: que se formaban contra el orden, contra la regla, que eran destituyentes, colectivas, que se ponían en crisis a sí mismas mientras las verdades incuestionables se caían a pedazos.

¿Cómo era que la gente desocupada, marginalizada, jóvenes, pibes, organizaban su cotidiano para sobrevivir en el desamparo? A algunas de las respuestas las propusieron las organizaciones sociales, los MTD y la construcción de formas de vida que eran derivas a los automatismos de la sensibilidad neoliberal: organización, comunidad, proyectos, autonomía, prefiguración y lucha. Mucha lucha.

Pliego de reclamos unificado

26 JUNIO 2002



• El pago de los planes de empleo. Muchos compañeros están desde hace meses sin cobrar.

• Aumento de los subsidios de 150 a 300 pesos.

• Implementación de un plan alimentario bajo gestión de los propios desocupados.

• Insumos para las escuelas y los centros de salud de los barrios.

• Desprocesamiento de los luchadores sociales y el fin de la represión.

• Declaración de solidaridad con la fábrica recuperada Zanón, frente a la amenaza de desalojo

El 26



En junio, el viento perfora la piel. Temprano en la mañana, salir de la cama medio vestidas, tomar un mate para juntar fuerzas, organizar los nervios en el cuerpo, hacerles un lugar, pero que no ocupen todo. Saludar, salir del barrio, una asamblea, un bondi, un tren, cargando la mochila y una bandera.

Todo se acomoda en la calle, al llegar, cuando ya no nos sentimos solas… y cuando nos tapamos la cara.

Cuando hay mucho ruido, las miradas y los cuerpos hablan, dice Mariana.

El frío se escuda con el pasamontañas. Una doble operación de cuidado, que nos camufla y nos hace más visibles a la vez. Un pañuelo, una bufanda, que mientras nos protege del ojo represor, del que quiere identificarnos para chuparnos, nos comunica con el ojo compañero, que lee nuestra mirada con precisión y sensibilidad.

Los ojos llorosos por el aire helado, el cuerpo caliente de adrenalina.

Al puente, llegaban organizaciones. Esas organizaciones estaban nutridas de espacios comunitarios, barriales, cooperativas. Esos, nutridos de jóvenes, madres, vecines, niñeces. Los caminos del bondi y del tren eran como venas los días que había movilización. Como dice Viglietti en la “Milonga de andar lejos”: venas de un cuerpo entero extendido. Desde distintos rincones del conurbano, piqueteres, vecines, compañeres llegaban.

Cortar un puente no es solo subir a un puente.

Se coordinan las salidas de los territorios, se movilizan banderas y distintos instrumentos en flete. Se debate la acción, se definen los pisos y los horizontes. Se construyen acuerdos en asambleas.

Ese día, algunes trabajan en la coordinación política, otres en la seguridad, otres hablan con la prensa, otres registran con cámaras y algunes cocinan ollas para que nadie tenga hambre.

Cuando el puente es nuestro territorio, es un país ancho. Ahí, nuestro mundo se hace un ratito real y el cuidado pasa al centro.

En el barrio La Fe, que era parte del MTD Lanús, vivía Darío Santillán. Ahí se habían empezado a juntar a las 8 de la mañana y, a las 9, estaban haciendo una asamblea para repasar los reclamos y el contexto. Salían hacia Avellaneda unes 400 compañeres.

En el salón de Presidente Perón, del MTD Guernica, la mañana empezó parecida: reunides, asamblea y al colectivo -sin pagar boleto, por supuesto-. Este espacio organizativo era más nuevo, así que las responsabilidades eran acordes al proceso que vivían. Ahí estaba Maxi.

Ese 26 de junio, hubo una masacre. Y de cada lado, dos grandes confluencias en Avellaneda: una piquetera, la otra represiva.

Del lado piquetero, cuatro mil personas que integraban distintas organizaciones participaron de la movilización. Los movimientos venían trabajando en una confluencia programática frente al gobierno de Duhalde que prometía más ajuste, más dependencia del FMI y más palos.

Ese día, participaban cuatro organizaciones con un conjunto común de reclamos: el Movimiento de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón (MTD o La Verón); el Movimiento Independiente de Jubilados y Desocupados (MIJD); Barrios de Pie y el Bloque Piquetero.

Los primero tres iban a subir al puente desde la estación Avellaneda, por avenida Pavón. El Bloque Piquetero iba a subir desde la plaza Alsina, por avenida Mitre.

Del lado estatal, la represión había llevado a la coordinación de tres fuerzas federales -Gendarmería, Prefectura y la Policía Federal- y la Policía Bonaerense. Del lado estatal, no coordinaron ministros para el diálogo ni técnicos para el diseño de políticas públicas acordes a la crisis social y económica, ni soluciones, sino violencia instrumentada desde el Estado.

En Avellaneda, el operativo de represión estuvo a cargo de la Departamental XIII de Lomas de Zamora. El jefe de esta era el comisario mayor, Félix Vega. Este le asignó al comisario inspector, Alfredo Fanchiotti, la coordinación en terreno.

Las cifras oficiales hablan de 350 efectivos de las distintas fuerzas. Sin embargo, los agentes que actuaron ese día fueron más. Muchos trabajaron de civil.

Eran las 11:40 cuando la columna sobre la avenida Pavón inició la marcha de 700 metros entre la estación de trenes y el puente.

A las 11:45, la columna de La Verón estaba en la subida del puente.

El Bloque Piquetero no pudo unirse por un cordón policial que era llamativamente pequeño. Mirando hacia atrás, se concluye que construyeron una imagen para las cámaras: muy pocos oficiales frente a hordas piqueteras. Cualquier movimiento se presentaría como violencia.

En un minuto, empezaría la cacería.

“Nos indujeron a que llegáramos a la base del puente por donde ellos querían, pudiéndolo haber evitado simplemente con otro cordón de 40 efectivos que cerraran por completo la avenida Pavón. Sin embargo, nos dejaron un paso abierto para que nos metiéramos como en un embudo (...). Pudieron haber evitado el corte, pero no querían simplemente que no cortáramos el puente. Lo que querían era reprimir, dejar como un escarmiento. Por eso, en lugar de cerrarnos el paso, nos montan una provocación: en todas las fotos, se ve el choque de manifestantes por delante y por detrás con un cordón flaco de Infantería. Los medios de comunicación hicieron hincapié en que esos policías fueron agredidos”. (El Colectivo, 2012, p.56-57)

Volaban balas y gases frente a piedras y gomeras. Como siempre.

Una escena más que conocida.

Pero ese día, se disparaban a mansalva, también, balas de plomo. Balas para matar, no para dispersar. Tres de esas balas alcanzaron a Maxi, que, como su rol lo indicaba, tenía que intentar contener la avanzada de la policía para que otras personas pudieran retirarse.

Una bala en el pecho. Y dos en las piernas.

“Me dio la yuta, me quema, llevame”, le pidió a les compas que enseguida se acercaron a él. Entre varies, lo ayudaron a caminar los siguientes metros hasta la estación.

Maxi fue asesinado en el marco de una represión planificada, coordinada y decidida en altos niveles políticos. Reprimieron con balas de plomo a manifestantes que cargaban algunas piedras.

Darío pedía ayuda por Maxi, pero le dijeron que “rajara”. Él puso su mano. Cuando se levantó y se dio vuelta, lo mataron por la espalda.

A Maxi le levantaron las piernas para que se desangre.

A Darío le escupieron risas sobre el cuerpo.

A las cuatro de la tarde, compañeres ya habían ido a reconocer los cuerpos. La mamá de Maxi fue a la comisaría y los policías le leían los cargos que tenían contra su hijo muerto.

Les hicieron subir al puente, para reprimir, para aleccionar.

Les persiguieron y dispararon por todos lados, porque estaba decidido que así fuera.

Lo hicieron correr para fusilarlo por la espalda, porque podían.

Una masacre planificada.

En un minuto
empezaría la cacería

Las fotos coraje



“Los grandes medios de comunicación contaban con ese material, pero hubo que esperar dos días para que publicaran la secuencia fotográfica. 48 horas de desinformación en las cuales los principales medios, junto con la policía y el gobierno, intentaron adjudicarles las muertes a los propios piqueteros”.
(Del documental La crisis causó dos nuevas muertes)7


Los horarios estaban pautados. Los puntos de encuentro también. La acción y la movilización era inminente. La decisión de cortar el puente también: “Sabíamos que podía haber una represión, pero no una represión con balas de plomo”. Previo al 26 de junio, Aníbal Fernández había dicho que no iba a permitir cortar el ingreso a la capital.

Esa mañana, se escuchó el canto de lucha. De agitación. De sentirse al unísono con otras. En ese entonces, los trenes no tenían puertas que se cerraran solas. Mariana recuerda que iban colgadas de los estribos, cantando y dándose fuerza.

Sergio “El Ruso” Kowalewski llegó temprano ese 26, desde La Plata. Había acordado cubrir la movilización con el MTD. Su oficio de reportero gráfico lo había llevado a transitar las calles desde hacía muchos años. Sabía de la importancia de su mirada atenta. La fotografía cumplió un rol fundamental: fue una irrupción en el fluir del tiempo, al decir de Cora Gamarnik, que hizo permanecer en la historia un momento, un instante.

Había una preocupación latente de parte del movimiento piquetero por el modo en que se deslegitimaban las acciones de protesta en la prensa. Cinco días antes del corte al Puente Pueyrredón, la Coordinadora Aníbal Verón llevó a cabo una reunión “interprensa” entre los movimientos piqueteros en Monte Chingolo: “Llegué temprano y no había nadie en el local. Un vecino me dijo que Darío estaba en la casa de la novia, al lado de la biblioteca. Me atendió en calzoncillos con una campera de cuero negra. ‘¿Viste la campera que pegué?’. Pusimos la pava para el mate arriba de una garrafita. Un nene salió de la habitación y se le sentó encima, mientras conversábamos de lo que se venía. Tres días antes, el secretario de Seguridad del Gobierno nacional, Juan José Álvarez, había sentenciado: ‘Los intentos de aislar totalmente la Capital serán considerados una acción bélica’”.8

La organización de la prensa ocurría al mismo tiempo que la organización de la seguridad de los movimientos. Había reuniones para mejorar la comunicación interna y también durante los cortes: “Lo que aprendimos juntos fue que una organización aislada de la sociedad, vapuleada por los medios masivos, está regalada a los palos”, afirma Orlando Agüero.

En un cuaderno, Darío escribía sobre a la imagen que se iba construyendo mediáticamente respecto al piquete: “De nada sirve tomar posición en 2 o 3 filas cuando ni siquiera se sabe utilizar un palo (cuestión que ya no sirve porque los represores conocen bien nuestras capacidades y limitaciones). Políticamente, creo que es incorrecto: hacia adentro, los compañeros de los piquetes se sobreestiman al verse muchos encapuchados y con palos, y a veces se ceban muy mal, sea frente a los transeúntes o a la policía. Hacia fuera, aunque prácticamente no existe un rechazo hacia los piqueteros, lo que genera una formación de ‘encapuchados con palos’ es una especie de temor en la gente que se encuentra en las inmediaciones. Además, siempre es funcional al manejo despectivo de los medios masivos de comunicación’.9

Darío le daba vueltas al asunto. ¿Cómo construir un relato distinto, que hablara de la dignidad piquetera, de la capucha y el pañuelo como un símbolo de identidad y de protección?

El aparato mediático jugó un rol en el intento de encubrir el hecho político y la responsabilidad del gobierno de Duhalde en lo que había pasado. Pero una secuencia fotográfica no pudo ser oculta. El Ruso había disparado su cámara y las imágenes revelaban el instante anterior y posterior al disparo que le dan a Darío. José “Pepe” Mateos, quien, en ese entonces, trabajaba para Clarín, también estuvo allí fotografiando el momento del asesinato de Darío y de Maxi. Pero Clarín no publicó estas fotografías y, en cambio, tituló en su tapa esas palabras que darían la vuelta al mundo: “La crisis causó dos nuevas muertes”.

Las versiones que circulaban en los medios masivos, antes de que se conocieran las fotografías de Pepe y El Ruso, era que les piqueteres se habían matado entre elles. Una operación mediática realizada a nivel nacional, que buscaba desacreditar una lucha por dignidad y ocultar el asesinato en manos del Estado.

Los videos, a su vez, eran claros: la policía disparando balas de plomo a los cuerpos de les manifestantes.

Hoy, a 20 años de la Masacre de Avellaneda, las preguntas de Darío resuenan para pensar nuestras identidades callejeras, la lucha del pueblo mapuche, la estigmatización de los medios a los pueblos que defienden el territorio del extractivismo.

El gesto
y la mirada



“La mano de Darío más bella que nunca,
porque ahora esa mano era de todos.
Como un inviolable, feroz y dulce deseo...”.
(Vicente Zito Lema)


Lo que pasó se reconstruyó en dibujos, los dibujos en íconos, los íconos en multiplicación del ejemplo.

El día que Luisa se quedó en el comedor dando de comer. El día en que Adela no fue a marchar y al otro día se acercó a la comisaría a llevar alimento para les detenides. El día que María abrió la puerta de su casa cuando vio a la policía persiguiendo y disparando a manifestantes. La tarde en que Maxi desarmó su horno de cerámica para usarlo en el MTD para hacer pan. La noche en que Marce se levantó de la cama para ir a ayudar a una compañera que estaba en situación de violencia en su casa. Cuando la Tana, embarazada, rastreaba a les compas después de la represión. El día en que Darío se quedó enfrentando las balas. Los múltiples gestos. Los cientos de gestos que transforman. El movimiento de una parte del cuerpo, una expresión en el rostro, un andar, un baile, un salir a la calle. La gesta de la transformación se lleva adelante con pequeños gestos.

Darío Santillán y Maxi Kosteki se quedaron juntos en una, dos, cien imágenes. Enfrentando la represión, esa que marcó la vida de tantas personas. Pero ese gesto que se reivindicó una y otra vez no es aislado, sino que forma parte de una constelación de gestos cotidianos de la militancia de esa generación. El gesto de Darío trascendió porque su mano se extendió para cuidarnos a todes, porque su amiga Florencia Vespigniani, artista y militante del MTD Lanús, realizó el dibujo “Mano con mano”, se detuvo en el gesto, lo pasó al papel, muches lo pasaron a la pared, otres al stencil hasta que se convirtió en símbolo gráfico por la apropiación popular.

El 26 de junio fue bisagra, dice Mariana, quien había participado de muchas marchas como parte del MTD Florencio Varela. Se acuerda exactamente dónde estaba en el momento que comenzó la represión. Y minutos antes. Y los días previos. Sabía que la marcha no era cualquier marcha: la acción política que iban a hacer no tenía antecedentes. Establecieron en la asamblea los horarios y puntos de encuentro en los trenes antes de salir a marchar: “Esa mañana, hubo muchas compañeras que habíamos decidido que no marcharan y estaban enojadas, ellas querían participar y fue muy difícil explicar que se quedaran y que por ahí íbamos a necesitar su participación al día siguiente”.10 Entre los cuidados para la autodefensa, se charlaba mucho de la importancia de los distintos roles que se debían asumir en la militancia, sin idealizar uno en particular. Así, había compañeras en la autodefensa, en la cocina, garantizando la bandera en alto: “Todo eso es parte de la lucha”, dice Mariana. Todos gestos imprescindibles.

Gestos, llevados o traídos consigo. Un lenguaje corporal, una expresión facial, un movimiento de la mirada, una postura del cuerpo. La mano que actúa. La mano que escribe. La mano que dice, que habla. El gesto de disparar por la espalda. El gesto de la solidaridad y la dignidad piquetera.

Di-gesto hace referencia a llevar en diferentes direcciones, distribuir en nuestros cuerpos esa energía vital que nos dejaron en su paso por esta tierra Darío y Maxi. ¿Qué significó para nuestra generación veinteañera digerir ese gesto? ¿Para quienes empezábamos a militar de la mano de ese gesto de lucha y solidaridad?.

¿Cómo experimentó el tiempo nuestra generación? Todo se aceleraría y ese gesto era una detención. Detenerse, detener el instante, detener el tiempo de la aceleración. Quedarse quieto mientras, alrededor, las balas siguen sonando. Los brazos abiertos, a punto de cerrarse en un abrazo. Abrazar el tiempo, abrazar el cuerpo herido, abrazar el miedo. Darío, con su mano, detuvo el tiempo. En ese instante, el hacer político se transformó, se potenció. En ese instante, el cambio de la temporalidad fue radical. Detenerse, permanecer, enlentecer el paso y digerir el gesto.

Algunes sostenían
cuerpos heridos.
Otros los pateaban
en el piso.

Los rostros
de la violencia



La Masacre de Avellaneda empezó en el puente, pero se extendió a otras localidades aledañas del conurbano sur. Los relatos son estremecedores. Golpizas, torturas, pistolas en las cabezas, amenazas, corridas. Balas por cuadras y cuadras. Policías repitiendo: “Esto es Avellaneda”.

¿Dónde se gestó esta represión como algo posible?

Desde 1996, se venía avanzando en ejercicios represivos a lo largo y ancho del país. Balas de plomo ya habían volado en la comarca petrolera en las primeras puebladas de Cutral-Có y Plaza Huincul. En el 2000, en Salta, le dispararon a Aníbal Verón, un trabajador despedido de una empresa de transporte, en la cara. Un tiro, a corta distancia, con plomo en el rostro. Se desató una furia popular sin parangón. ”Las y los pobladores de Mosconi y Tartagal no lo podían creer ni tolerar. Tomaron la comisaría, la empresa de luz, la municipalidad y el diario local. Vacías y con las puertas abiertas, las casas evidenciaban bronca e indignación. El pueblo entero subía, pisando fuerte por el valle, hacia las rutas ensangrentadas. Los ecos de su paso indignado llegaron hasta el corazón de Buenos Aires y le dieron identidad a una nueva fuerza social de la que Darío no quiso estar al margen”.11

En diciembre de 2001, 39 personas fueron asesinadas, 9 de ellas menores de edad. En la provincia de Entre Ríos, ocurrieron tres asesinatos en contextos de represión por saqueos. Pero uno de ellos, el de José Daniel Rodríguez, había sido anunciado por la policía, que lo amenazaba por trabajar en un merendero de la Corriente Clasista Combativa en Paraná. Tenía 25 años y era piquetero. José Daniel desapareció el 19 de diciembre y lo encontraron diez días después, muerto en una zanja, quemado con gomas, golpeado y baleado.

Ese mismo año, pero en febrero, habían asesinado a Javier Barrionuevo en el mismo conurbano sur. Javier militaba en el MTD de Esteban Echeverría y participaba en un corte de ruta reclamando 160 lugares en el Plan Jefes y Jefas de Hogar. Un oscuro personaje del peronismo y la dictadura, llamado Jorge “Batata” Bogado, se bajó de su Falcon y disparó al grito de palabras racistas y clasistas. No fue, siquiera, imputado por el hecho.

“El día después del asesinato, mientras se sostenían nueve cortes de ruta en el sur del conurbano, Darío declaró a las cámaras de Canal 5 de Lanús: ‘Mataron a un compañero. Lo hizo un puntero del PJ que trabajó para el intendente, colaborador de la dictadura militar. Eso no está saliendo en los medios, sale nada más que era un comerciante. Y gracias a la posición que tiene el gobierno de hacernos desgastar, han matado a un compañero. ¿Cuántos muertos quieren ellos?’”. (El Colectivo, 2012, p.42)12

¿Qué no dicen los medios? ¿Qué cosas no enfatizan, no repiten, no titulan? ¿Qué escenarios se construyen cuando hablan los políticos? “Bienvenido, Batata. Te estábamos esperando”. “Gracias, Fanchiotti, eso era lo que había que hacer”. Tal vez por esto, cuando se sentó en el banquillo de los acusados, el comisario inspector dijo: “Me dejaron solo”.

El mismo año 2002, en una movilización en el municipio de Maxi, un grupo del Partido Justicialista había salido a enfrentarles. Años más tarde, Mariano Ferreyra era asesinado, en la siguiente estación del sur del conurbano, por una patota de Ferroviarios. Algunos años más tarde, en el acampe que bloqueaba la instalación de Monsanto en Malvinas Argentinas, Córdoba, una patota de la UOCRA hacía lo propio.

De ahí veníamos y ahí íbamos. Todo ya estaba contenido en el pasado o, como dice Lacan, lo reprimido viene del futuro. Darío veía el síntoma, el malestar, aunque fuera una huella de algo todavía por-venir.


En 2002, el día 25 de junio, se habían reunido compañeres del MTD Lanús para pensar la autodefensa del corte del día posterior. En las organizaciones sociales, la seguridad es autodefensa, cuidar a les compas movilizades. Cuidarse de automovilistas enojades, de la policía y sus aparatos de inteligencia, de los desbandes. Cuidarnos al ir al corte y al volver a casa. Cuidarnos en nuestras diferencias, especialmente a les niñes y a las personas mayores o con dificultades de movilidad.

En 2002, ese junio, el aire estaba espeso. Les compas de MTD habían compartido distintos materiales para leer lo que se esperaba: titulares de diarios y declaraciones que indicaban que el gobierno de Duhalde iba a reprimir. Pero, también, había fotos. Y había antecedentes demasiado cercanos como para ignorar. La autodefensa implica no solo una operación logística, sino una lectura del contexto.

“La primera foto era de enero: un hombre con una pistola 9 milímetros lista para disparar, con un equipo de comunicaciones conectado en su oído, amenazaba a los piqueteros que cortábamos el Puente Pueyrredón. La segunda era de febrero y mostraba una camioneta robada embistiendo un piquete a toda velocidad sobre la autopista sin que nadie pudiera impedirlo. El último episodio había ocurrido quince días atrás, cuando una patota de matones armados se apostó en la entrada de la Municipalidad de Presidente Perón para esperar la llegada de los manifestantes. Darío había utilizado esas fotos para evaluar con sus compañeros, en aquella reunión, las distintas hipótesis de conflicto ante la nueva medida de fuerza que se avecinaba. Como nunca antes, el gobierno había logrado instalar una verdadera guerra de nervios en torno a la jornada de lucha piquetera” (El Colectivo, 2012, p.38).

La Negrita recordaba la jornada del 26 y la importancia de la seguridad. Comparte una conversación con una compañera: “Adela, no podés correr una cuadra por ser una persona mayor. Es necesario que te quedes en tu casa. Si mañana nos meten en cana, tenés que ir a buscarnos a la comisaría”.

Reciprocidad, interdependencia, interconexión. ¿Quién cuida hoy en día a alguien que no conoce? ¿Quién vive sus días pensando que su destino está indudablemente unido al del resto? ¿Quién se pone en el frente, a metros de los palos y de las balas para que les viejes puedan irse antes? ¿Quién cede su lugar de resguardo? Las imágenes de las estampidas, de los centros comerciales en Black Friday, de todas las versiones del sálvese quien pueda, suelen ser la imagen opuesta. Las imágenes de aislamiento durante la pandemia, las vejeces muriendo en soledad, el gran deseo de abrazar, la identificación del hilo que une todo, al decir de Bifo Berardi (2021).13

La Tana Pascieli cuenta que, el 26, ella fue base telefónica: “Recibir los llamados y ser el puente frente a cualquier situación que ocurriera, no importa cuál fuera, buscar soluciones con otros y otras compañeras que habíamos armado redes de contención”. Los celulares casi no existían, entonces ella era puente: entre compañeres, abogades, entre organizaciones, familias y las solidaridades protectoras. Listas de personas detenidas, saber de dónde eran, cómo estaban, traslados, salud. Y el frío de escuchar: “No encontramos a Darío”.14

Seguridad autogestionada para la vida. Seguridad que se aprende en las organizaciones piqueteras.

Seguridad represiva para la muerte. Los oficiales que actuaron en el puente también aprendieron sobre seguridad, pero en otros lados.

“Los testimonios se repiten por decenas y muestran la forma en la que, autorizada o alentada para hacerlo, la Bonaerense detuvo ilegalmente, golpeó, torturó y se jactó de añorar la dictadura militar. Los testimonios que señalan indistintamente a una cantidad variada de efectivos certifican que ‘no es un policía, es toda la institución’, como dice una campaña antirrepresiva de la Coordinadora Contra la Represión Policial e Institucional (CORREPI). Las edades de los oficiales involucrados en el accionar ilegal y delictivo, como el cabo Acosta (26), el cabo Colman (32), el oficial inspector Sierra (25) o el oficial De la Fuente (26), señalan, además, que tal desenvolvimiento no es solamente fruto de la policía de la dictadura. Son oficiales egresados en los noventa, de esta policía de la democracia que sigue formando criminales en sus filas”. (El Colectivo, 2012, p.66)

Algunes sostenían cuerpos heridos.

Otros los pateaban en el piso.

Nombrar y señalar a los responsables políticos de la Masacre

Los juicios



“Nos encontramos en estas páginas compañeras como si fueran una ruta. Ruta que esta vez el piquete no corta, sino que abre para recorrerla juntos. Piquete que ensanchó un puente que cruzamos muchos. Como bajo aquella lluvia de Avellaneda en julio, de dientes apretados, dolor en piel y huesos, ya con el hueco de Darío y de Maxi en el asfalto, pero decididos a seguir la pelea”.15


No fue un enfrentamiento de pobres contra pobres, como le dijo Felipe Solá a Nora Cortiñas los días posteriores al 26 de junio de 2002. Tampoco fue la crisis la que causó dos nuevas muertes, como tituló Clarín al día siguiente de la masacre. Nombrar y señalar a los responsables políticos es una tarea que todavía siguen llevando adelante organizaciones y familiares de Darío y Maxi.

Las vigilias, los juicios populares, las conferencias de prensa, las paredes de la estación se convirtieron en los escenarios en los que se llevaron adelante diversos procesos de justicia popular.

Una ronda de mates, con cuerpos amuchados, con velas prendidas, con leña para el guiso de la noche significaron memoria y significan, hoy, justicia. Esa que el Estado no llevó adelante. Esa que nace de la bronca, del deseo de mantener resguardado el fuego de los asesinados, de los cientos de cuerpos que, día a día, mantienen encendida la memoria de lo sucedido en la Masacre de Avellaneda.

En el 2003, se realizó un juicio ético y popular en el Puente Pueyrredón, construido en conjunto con las Madres de Plaza de Mayo. Que, como los escraches a los genocidas de los noventa de H.I.J.O.S., los juicios éticos y populares a las empresas transnacionales extractivistas, se volvieron instancias públicas fundamentales para denunciar la impunidad y la estructura burguesa y patriarcal del sistema judicial estatal.

En una conferencia de prensa, cuando se cumplieron 17 años de la Masacre de Avellaneda, Alberto Santillán, el papá de Darío, decía: “No sé qué pasa en la conciencia de los políticos cuando ven a Felipe Solá transitando por los pasillos. A veces, me pregunto, ¿no les da ganas de decirle ‘pedazo de asesino, vos no tenés que estar acá’? ¿No les da ganas de decir ‘vos mataste’ o ‘vos mandaste a matar y a reprimir a dos compañeros’?”.

Tras 20 años, el excomisario Alfredo Fanchiotti y el excabo Alejandro Acosta cumplen cadena perpetua. Tras 20 años, podrían salir en libertad condicional, pese al rechazo de organizaciones y organismos de derechos humanos que hoy siguen exigiendo que se juzgue penalmente a los responsables políticos de la masacre:

Eduardo Duhalde

Alfredo Atanasoff

Juan José Alvarez

Jorge Matzkin

Jorge Vanossi

Aníbal Fernández

Oscar Rodríguez

Carlos Ruckauf

Felipe Solá

El peligro en lo colectivo



“Fue el primero en llegar al local del barrio La Fe. A las 9, se repasaron los motivos del reclamo y los criterios generales de seguridad, y los compañeros y compañeras fueron saliendo, por grupos, en el colectivo 17 hacia la estación Avellaneda. Darío no llevaba capucha, pero sentía que su campera “nueva” era su armadura. Solo después, cuando su mirada de combatiente alcanzó a ver las maniobras del enemigo apostado en los dos puentes y la avenida principal, con las cuatro fuerzas de seguridad actuando en bloque como nunca antes se había visto en democracia, pidió prestado un gorro, una bufanda y un palo. El monstruo estaba justo enfrente, con los ojos desorbitados y los colmillos sedientos”.
(Martín Azcurra)16


¿Cómo es que, sin nada, con una vida humilde, Darío y Maxi podían ser peligrosos? ¿Dónde está su filo? ¿Cuál es la amenaza? ¿Qué arma secreta escondían les vecines del conurbano? ¿Qué era intolerable de su acción, inaudible de su palabra? ¿Qué atómico secreto esconde Luisa en su humilde casa de Lanús, que comparte a niñes y jóvenes al abrir sus puertas? ¿Qué hay en la mirada de la Pini para que el Estado tiemble?

Darío Santillán se había mudado a una ocupación de tierras que era parte de un programa estatal, pero que se dejó sin urbanizar. Desde que iba al secundario, había cultivado ese músculo que nos hace querer participar del destino común, un músculo importante que nos hace urgente ser parte de espacios colectivos, construir proyectos comunes, cambiar el mundo. Desde disputar el centro de estudiantes con una “Lista Roja” hasta mirar y nutrir su corazón de las puebladas de Neuquén y de Salta, Darío no paraba de pensar y de hacer mundos nuevos. “Las mujeres grandes lo querían como un hijo (...). Era un compañero que te iba a visitar a tu casa si un día no te veía. Él atendía esas cuestiones que a veces no se tienen en cuenta”.17

En junio de 2002, Maxi tenía casi 23 años. Tenía tres hermanas y una relación compleja en su hogar. Estaba mucho en la calle, flaneur del conurbano, le gustaba mirar, mirar la ciudad desde lugares altos, charlar con todo el mundo y, según relatan sus amigues, siempre tenía diálogos interesantes. Le gustaba dibujar y una de las primeras cosas que hizo en el comedor de Presidente Perón en el que participaba fue enseñar dibujo a les niñes y pintar una bandera para un corte.

Luisa Canteros era una compañera invaluable, “la de la casa abierta para las asambleas y las reuniones, la que no arrugó a pesar de los aprietes, la del termo amarillo, la infaltable a los encuentros de mujeres, la lesbiana, la feminista, la de seguridad, la parrillera”.18 Cuando se formó el MTD Lanús, cerca del año 1999, las actividades empezaron en su casa. Un hogar muy sencillo, en un terreno donde, atrás, vivía su hija. Cocina al frente y, en el patio delantero, bajo un techo sin paredes, “empezó a latir el espíritu de la organización”.19 Al tiempo, otra vecina donó un pedacito de tierra para hacer un taller textil. Hermoso peligro el de no poder entender, el de no poder comprender, cómo alguien haría algo así: compartir su “propiedad privada”, dejarse invadir en su “vida privada”, compartir su tiempo y sus recursos.

Antisistémicas en un sentido muy profundo, Maxi, Luisa y Darío desafiaban la sensibilidad neoliberal, el mandato de “no te metas”, de “pisar cabezas”, de “cada une en lo suyo”. Elles desdibujaban la línea entre lo cotidiano y el heroísmo. Eso que, tan bien, el feminismo nos ayuda a mirar.

¿Y de dónde sacaban fuerza les jóvenes, les compañeres que peor la pasan, para entregar tiempo, corazón y cuerpo a un proyecto de mundo mejor? Como dice Pini, compañera de Darío, en una entrevista: “Nosotros pensábamos que, en ese momento, dábamos vuelta la tortilla. Yo creo que toda aquella camada creía eso”20. En el pecho, estaba el fuego de sentir que el cambio era posible, que estaba cerca.

Como hasta el presente, no hay duda de que las organizaciones sociales, piqueteras, en lucha, se organizan no solo sobre un proyecto futuro, de mundo diferente, sino también sobre las necesidades de la gente, perdiendo, por supuesto, la connotación denuncista que los medios de comunicación suelen ponerle a esa idea. La Grillo lo dice con claridad y Maxi lo mostró también:

“Sentíamos que estábamos haciendo algo muy groso. Y creo que lo estábamos haciendo. Pero, quizás, el vecino o la vecina que venía con los siete pibes, con el marido desocupado hacía cuatro años, cagándose de frío, sin poder llevar a los pibes a la escuela… la estaban pasando como el orto. Yo hablo con mucha gente que vivió esa época y la recuerda como el peor momento de su vida. Pasan los años y se pueden ver las cosas con otra perspectiva, pero hubo mucha gente que la pasó muy mal, que comía de la basura. La organización salvó a mucha gente en este sentido. También a nosotras mismas como militantes y como gente con inquietudes. Creo que fue algo de donde aferrarse para poder pensar desde la precariedad en la que estábamos; una posibilidad de salir adelante, que había otras opciones posibles más que quedarte en casa angustiada”.21

Maxi necesitaba trabajo, pero, además, tenía un rechazo al sistema y a la política mentirosa. Darío creía en la revolución y vivió su vida coherente, desde las mismas necesidades que el pueblo. Maxi cocinaba y educaba, cuentan que iba todos los días al salón comunitario y que, cuando faltaba, se preocupaban por él. Darío trabajaba en la bloquera, vivía en una toma de tierras y enfrentaba políticos, policías y patotas en cada corte de ruta.

¿Dónde está, en estas vidas, la línea entre la programática y el cotidiano, entre política y necesidades, entre héroe y mundano? La línea no está clara en el complejo mundo real, como sí intentan presentar los discursos que lucran de polarizar el mundo. Tal vez, desde esa misma pregunta es que amigues y familiares de Maximiliano Kosteki repetían, una y otra vez, “¿qué hacía ahí?”. Como una imagen desencajada, no entendían ni podían unir al Maxi que conocían con el Maxi en primera línea de un piquete. Pero era él, el mismo: no el héroe de armadura. Nuestro compa, el plebeyo, el imperfecto, el complejo.

Aquellos héroes y heroínas aprendían, se equivocaban y eran más perfectos cuando eran imperfectos. La escucha, la disculpa, la duda les hacen poderoses. Nuestras heroínas se sienten fuertes porque están con otras, no porque están solas. Así como Luisa, que se siente invencible entre los cantos de las asambleas feministas.

Nuestros héroes son pobres, son coherentes hasta que la compañerada les marca el límite. Y desde ahí crecen, desde el pie. En realidad, el gran secreto es que las referencias eran los procesos colectivos, no las personas.

A Darío lo velaron en el comedor del barrio. Les compas se organizaron para estar, mientras otres cortaban rutas para denunciar la represión.

Les pedimos amablemente que hagan un alto en la lectura.



Imaginen el Puente Pueyrredón, sobre él, decenas de miles de personas, calor y es invierno, exigimos Trabajo, Dignidad, Cambio Social, Justicia ante la Impunidad.

Imaginen ansias por avanzar, por encontrar un hueco en la línea de gendarmes para poder pasar, el humo, los gestos tensos, las banderas, risas, sordos ruidos, desorden dentro de la columna, las líneas de seguridad.

Entremos al mundo de estas palabras, ocupemos un espacio entre ellas.

Una quena se apaga y un solo grito pregunta:


¡¿Darío Santillán?!

¡¿Maximiliano Kosteki?!

¡¿Javier Barrionuevo?!

¡¿Carlos Fuentealba?!

¡¿Jorge Julio López?!

¡¿Diana Sacayán?!

¡30.000 compañeros, compañeres y compañeras desaparecides!

Ahora…


Ahora…


¡¿Dónde nos vemos?!22

Sostener:
afirmar, parir,
sujetar desde
abajo

Las sostenedoras,
les deseantes


“¿Cuánto significó para estas mujeres tomar la palabra y tomar las calles? En las asambleas, seguían surgiendo temas y, claro, como todo se mezclaba, la vida cotidiana y la lucha, las mujeres empezamos a pensar en clave feminista. Empezábamos a decir en voz alta: ‘Lo personal es político’. Y aunque todavía no comprendíamos todo lo que implicaba esta idea, comenzamos a preguntarnos: ¿por qué no hablamos en las asambleas? ¿Por qué cargamos con mucho más trabajo que nuestros compañeros? ¿Por qué los voceros eran varones y éramos tantas bancando la olla y los cortes? ¿Decidimos ser madres? En ese torbellino de piquetes y asambleas, en ese proceso de toma de conciencia de clase, también parimos nuestra identidad feminista; parimos nuestro feminismo popular y piquetero”.23


“La Marce, mi mamá, era una brujita piquetera, feminista y, gracias a ella, soy lo que soy hoy en día: feminista, libre, brujita, militante. Esos consejos que me dio hasta el final de sus días. Ella me decía: ‘Darío y Maxi son tu ejemplo a seguir’. Sin darnos cuenta, ella también se transformó en mi ejemplo. Y lo sigo multiplicando. Por qué digo: porque mi mamá estuvo cuando alguien de la organización la necesitaba a la hora que fuera”.
(Camila Núñez, militante del Frente Popular Darío Santillán Córdoba)



Susy Shock sostiene con fuerza un cartel que dice: “Queridos camaradas: si Kosteki, Santillán y Mariano Ferreyra son mis muertos, ¿por qué Diana Sacayán no es la tuya?”. Era una movilización de ATE en febrero de 2016, en pleno macrismo.

Años antes, un 26 de junio del 2003, Celina, la Tana Pascieli, Zulema y otras compañeras sostienen entre sus manos unos volantes muy simples que distribuyeron en una marcha, invitando a la primera asamblea de mujeres del MTD. El volante tenía algunas preguntas que interpelaban: ¿qué tarea hacés? ¿Elegiste ser madre?

Camilia sostiene el recuerdo de su mamá Marcela gritando bien fuerte en las calles ante la represión policial por el aumento del cospel, boleto de transporte urbano cordobés. Y también el de un montón de compañeras que la sostenían en brazos desde niña, cuando su mamá se iba a la primera línea de las movilizaciones o a sostener el megáfono. Siempre se sintió cuidada en las marchas.

La noche del 25 de junio de 2002, Mariana sostenía sus lágrimas al dejar a su hijo Agustín con la abuela. Luego, lloraría mucho, porque sabía la densa trama que habría de tejerse al día siguiente. Veinte años después, reflexiona sobre lo que significó para ella y un montón de mujeres ser madre en medio de un piquete y sobre lo mucho que le costó volver a llorar después del 26 de junio del 2002.

Sostener: afirmar, parir, sujetar desde abajo.

Muchas cosas estaban en gestación. Mariana reflexiona sobre la maternidad y cómo se fue aprendiendo a acompañar a las niñeces: “Fuimos aprendiendo colectivamente sobre esto; a la distancia, si hubiese maternado en este momento histórico, hubiese sido distinto. El 26 fue duro desde ese lugar de dejar a mi hijo y no saber qué iba a pasar. Era consciente de que me estaba yendo a una acción y que podía caer en cana. Una angustia. Y luego, no verlo por una semana”24, dice Mariana.

En las casas, en los comedores, en las calles, se tejían cosas. Algunas, algunes empezaban a decir “lo personal es político” sin tanta claridad de identificarse o no como feministas. Para muches, esa primera asamblea fue el momento gestante del feminismo popular de las organizaciones: “Muchas preguntas que no me había hecho antes y me pregunté”, afirma Mariana y agrega que, por los años 2000, el 90% de esas organizaciones eran “mujeres y disidencias”, con todas las tareas a cuesta: “Organizacionales, de supervivencia, los pibes, la olla, el corte”. Poner en valor las tareas políticas que llevaban adelante mujeres cis, no binaries, lesbianas, trans, travestis, era poner el foco en una multiplicidad de prácticas del amplio abanico de la militancia. Se tejían cosas en las calles, pero también adentro de las casas. ¿Quiénes eran las militantes del 2002? ¿A quiénes reivindicamos en las luchas?

La primera asamblea de mujeres puso en cuestión todo: “Yo, en ese momento, no era ni feminista ni por debajo de las patas, digo como que el feminismo era algo que está totalmente lejos de lo que yo podía pensar”, dice la Negrita Mariana.

Camila Núñez, que hoy tiene 22 años y milita en el FPDS de Córdoba, recuerda el primer Encuentro Nacional de Mujeres al que asistió junto a su mamá, Marcela Expósito. En Misiones, volviendo en el colectivo, Cami le dijo a Marce que tenían que ser más, muchas más: “Tenemos que crecer, crecer, crecer. Le metamos pata y vamos a construir el espacio feminista de géneros y disidencias”. Hoy, son cientos de compañeras y compañeres que se están preparando para el próximo encuentro en octubre.

Luisa Canteros, del barrio La Fe, fue una de las tantas, de les tantes. Estar organizada y luchar cambió su mirada sobre la realidad y la proyección del futuro, y empezó a pensar y soñar con una sociedad mejor. Luisa, como tantas otras, “pueden ser ‘doñas’ también, pero son, sobre todo, militantes políticas que ponen el cuerpo y alma para transformar la realidad”.25

Las canciones y los bailes también fueron parte de un hacer feminista en medio de la lucha: “(...) Debatíamos, cortábamos el puente y también bailábamos y cantábamos una de nuestras primeras canciones: para que el mundo se entere que somos brujas piqueteras que ponemos mucho ovario, enfrentamos la opresión, cuando una mujer avanza, ningún hombre retrocede y crece la organización”. Las idas y vueltas colectivas de lo que entonces era el Encuentro Nacional de Mujeres y hoy es el Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis, Trans, Bisexuales, Intersexuales, y No Binaries. El caracter festivo se tejía con la profunidad de los debates, de los diálogos, de la mística feminista. Y también una tarea colectiva: sanar.

Sanar el dolor, sanar con otras y otres las múltiples opresiones. Sanar como un acto feminista emancipatorio, al decir de Lorena Cabnal.26 Esos procesos de sanación se dieron de la mano de espacios de encuentros y formaciones que implicaron también re-aprender lógicas y formas del hacer político. Las preguntas vuelven y se dan vuelta también: ¿qué sostener? ¿Cómo dar lugar a los cuerpos deseantes? ¿Qué queremos sostener?

Militancia en barrios, comedores, organizaciones sociales, feministas, universidades, cátedras libres, salir a la calle, organizar ollas populares, trueques: “¿Dónde estaban las mujeres? Revolviendo el guiso, multiplicando panes, golpeando las cacerolas con fuerza, armando futuro, construyendo una nueva politicidad y protagonismo que hoy nos reúne en las mareas”, dicen Anabella Antonelli y Verónika Ferrucci al reflexionar sobre las prácticas políticas de principios del 2000. 27

“El feminismo popular es un proceso vivo en los territorios”, dice Camila Núñez, una de les hijes de de esa generación de personas gestantes que criaron al calor del fuego del piquete. Esa hija que dice: “Hoy, se sigue saliendo a las calles para luchar por los derechos. Eso es algo que no puede cambiar todavía”.

Marcela Expósito, su mamá, fue una de esas “brujas piqueteras” constructoras de espacios feministas en Córdoba. Cami recuerda el día en que su mamá contó ante el resto de compañeras y compañeres que se había hecho un aborto: a partir de allí, se generó una confianza que permitió que cada una, cada une, pudiera contar lo que estaba viviendo. Soltarse. Soltarse y crear. A partir de allí, empezaron a construir la escuelita feminista, para hablar de todo. De lo que sea. A Marce, se le ocurrió llamarla Viviana Avendaño: lesbiana, feminista y piquetera, como se definía a sí misma. Viviana murió a los 41 años, junto a su compañera Laura Lucero, en un choque sospechoso, en medio de protestas sociales de desocupades en Cruz del Eje. En el frío mes de junio, dos años antes del asesinato de Darío y Maxi, al calor del fuego del piquete.

Marcela murió de COVID en 2021, en Córdoba. Cientos de compañeres la despidieron afuera de la clínica. Y muches más agradecemos los caminos que abrió y cuánto de su vida compartió con el campo popular.

“Cuando se legalizó el aborto, mi mamá, Marcela, dijo: ‘Ahora sí me puedo ir tranquila, me puedo ir en paz, me puedo retirar, chau, nos vemos’. Todas le dijimos: ‘Callate, Marce, callate”. Como que no queríamos escuchar eso. A una compañera, le dijo: ‘Vos vas a tomar la posta’, y ahí quedó. El año pasado, mi mamá murió. Por ahí, no solamente lloramos de tristeza, sino también de alegría, porque siempre nos estamos acordando de ese día”.

Luisa, Viviana, Marcela. Generaciones de compañeras que han tejido los mundos posibles, los nuevos mundos, con el cuerpo, el ejemplo y el cuidado.

Lo que viene del futuro



Ella pasa por ahí un septiembre o un 26 de mayo o de octubre… Mira de reojo, mira a los costados... Se prende un puchito, le hace una seca y lo pone cabeza arriba en el polvo del costado de la estación. El que la mira no entendería. Pero le convida a la pacha, en su cuerpo/espacio/altar, un momento de silencio que es un momento de diálogo.
Comparten el pucho. Y se va.


En la foto más reproducida de la Masacre de Avellaneda, Darío resguarda el cuerpo caído de Maxi y estira su mano hacia los policías Acosta y Fanchiotti. Allí hay una tercera persona en la escena. A la derecha, está Pablo. Retratado como el chico de bufanda a cuadros y pulóver verde, Pablo, de quien no sabemos mucho más que eso, estuvo ese día en la estación y se detuvo también frente al dolor de Maxi, herido.

Había gritos, balas, humo, miedo. Pero Pablo se detuvo junto a Maxi, con Darío.

Cuando volvemos a mirar los registros de José Mateos y Sergio Kowalewski, se nos aparece Pablo una y otra vez. A veces, tirado sobre Maxi, como viendo si respira. En la foto eternizada por Florencia Vespignani en el dibujo “Mano con mano”, Pablo está mirando hacia la cámara, como gritando “basta” o “se está muriendo”, o cualquier otra frase que trajera humanidad a la escena. En otra foto, Pablo está corriendo, huyendo, mientras Darío permanece y Fanchiotti lo apunta con un arma larga mientras se va, como un fantasma en movimiento. Recién ahora, 20 años después, miramos a Pablo en la foto, lo que Pablo representa y lo que su ausencia nos permitió, también, construir.

Pablo nos advierte que su relato está todavía por-venir. Es solo una huella, como la de Lacan: lo reprimido viene del futuro. ¿Qué va a decirnos Pablo cuando algo nos diga, cuando podamos entender ese gesto de quedarse con un desconocido? ¿Qué vamos a saber sobre él y sobre nosotres cuando podamos entender por qué permaneció, se detuvo y protegió a Maxi en la estación? ¿De dónde vino su coraje, su hermandad, su entrega? Pablo debería resonarnos como trueno cada vez que somos indiferentes al dolor ajeno, a la injusticia, y seguimos caminando.

El pensador Hector Schmucler, al hablar de Pablo, su hijo desaparecido, y de la última vez que lo vio, recuerda que su hijo hablaba de los compañeros, de la coherencia, de la entrega. Cuenta Schmucler: “No me es posible recordar sin ver allí –los cuatro conmovidos por la desesperanza– el rostro ensombrecido de la madre de Pablo y el de su hermano, sin tiempo en sus 17 años. Pero Pablo, entonces, no tenía madre ni hermano. (‘¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?’, Mateo 12:48). Él también era ‘Cristo’, su nombre de guerra. ‘Yo sé que esto es una locura’, me dijo Pablo. ‘Pero está la sangre de los compañeros’, me dijo. Se fue solo cuando se marchó, al atardecer, a la casa operativa en la que se refugiaba”28.

Darío y Maxi: en esa imagen donde se agarran, mano con mano, y se conectan y se tejen y se encuentran, donde fueron llorados y recordados y levantados con orgullo como bandera. Ahí donde se ha dicho tantas veces: “No están solos”. Ahí, en esa misma escena, no estaban solos y nunca más lo estuvieron. Reforestar la mirada y repoblar esa imagen, una tarea que se viene haciendo en la estación que hoy lleva sus nombres. La memoria nos obliga a volver a mirar, a nunca conformarnos con el museo ni el cementerio, porque lo que recordamos es un trabajo político.

Aquel Pablo, este Pablo, Maxi, Darío y los relatos que, una y otra vez, nos llevan a escenas de los fusilamientos de Trelew o de José León Suárez. Impunidad coordinada. Horror. “Rajá, corré que te mato”. Pum. Risas. “Esto es Avellaneda”.

Sin dudas, la muerte de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán tuvo ecos en rebeliones y herencias sin número. Movimientos sociales con sus nombres, cátedras, libros, relatos, prácticas, cooperativas. Generaciones que aprendieron de esa jornada, de su ejemplo. Sueños que siguen en proceso de construcción, mundos posibles que se prefiguran en distintos rincones aunque la crueldad del enemigo no amaina y aunque esa violencia estatal encuentra continuidades con otras muertes y represiones hasta hoy, hasta ayer, hasta mañana. La tarea sigue siendo acercarnos al nuevo mundo, encender los cuerpos de voluntad emancipatoria.

A 20 años, el pasado sigue iluminando nuestro presente. La palma hecha gesto sigue marcando un camino. Y, hoy, tenemos todavía rastros que seguir, las huellas que nos dejaron, para escribir un futuro que todavía no está escrito, sino por-llegar.




Agradecimientos: Frente Popular Darío Santillán y Radio Sur.







1 Entrevista realizada por Judit Cruz para Radio Sur, 2022.

2 Ibid.

3 Ibid.

4 Auyero, Javier (2001). La política de los pobres. Las prácticas clientelistas del peronismo. Editorial Manantial. Buenos Aires.

5 Iñiguez, A. (1997), “El debate del empleo en la convertibilidad”. Informe de Coyuntura CEB, n.° 65-66, año 7.

6 Sztulwark, Diego (2020). La ofensiva sensible. Neoliberalismo, populismo y el reverso de lo político. Caja Negra, CABA.

7 Escobar, Patricio y Finvarb, Damián(2006). La crisis causó dos nuevas muertes. Documental disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=Nfm-f2yJa0g

8 Azcurra, Martín (2021). El sueño piquetero de Darío Santillán. Crónica de un militante que puso el cuerpo, en 2001. No me arrepiento de este amor, Editorial Chirimbote y Editorial El Colectivo.

9 Azcurra, Martín (2021). El sueño piquetero de Darío Santillán. Crónica de un militante que puso el cuerpo, en 2001. No me arrepiento de este amor, Editorial Chirimbote y Editorial El Colectivo.

10 Entrevista realizada por Judit Cruz para Radio Sur, 2022.

11 Azcurra, Martín (2021). El sueño piquetero de Darío Santillán. Crónica de un militante que puso el cuerpo, en 2001. No me arrepiento de este amor, Editorial Chirimbote y Editorial El Colectivo.

12 El Colectivo (2012). Darío y Maxi. Dignidad Piquetera. El gobierno de Duhalde y la planificación criminal de la Masacre de Avellaneda. Editorial El Colectivo, FPDS. P.42

13 Berardi, Franco Bifo (2021). El umbral, crónicas y meditaciones. Editorial Tinta limón.

14 Entrevista realizada por Judit Cruz para Radio Sur, 2022.

15 El Colectivo (2012). Darío y Maxi. Dignidad Piquetera. El gobierno de Duhalde y la planificación criminal de la Masacre de Avellaneda. Editorial El Colectivo, FPDS. Prólogo de Vicky Daleo.

16 Azcurra, Martín (2021). El sueño piquetero de Darío Santillán. Crónica de un militante que puso el cuerpo, en 2001. No me arrepiento de este amor, Editorial Chirimbote y Editorial El Colectivo.

17 Azcurra, Martín (2021). El sueño piquetero de Darío Santillán. Crónica de un militante que puso el cuerpo, en 2001. No me arrepiento de este amor, Editorial Chirimbote y Editorial El Colectivo.

18 Entrevista realizada a Luisa por Alejandra Vukichevich y Ariel Arrieta, en diciembre de 2011. Para ponencia presentada en el marco de XI Encuentro Nacional de Historia Oral y V Congreso Internacional de Historia Oral de la República Argentina: “Historia, Memorias y Fuentes Orales”, Córdoba, 25 al 27 de septiembre de 2014, Gabriela Fernández.

19 Vespignani, Florencia (2021). Luisa y el camino de las brujas piqueteras, en 2001. No me arrepiento de este amor, Editorial Chirimbote y Editorial El Colectivo.

20 Fink, Nadia y Solana, Pablo (2021): “La organización salvó a mucha gente”, Grillo y Pini, la rebeldía joven del conurbano, en 2001. No me arrepiento de este amor, Editorial Chirimbote y Editorial El Colectivo.

21 Ibid.

22 Parte del documento elaborado por integrantes de los espacios de cultura y comunicación que se leyó a los 7 años de la masacre en la jornada cultural del 25 de junio, 2009. Actualizado con nombres de algunas compañeras víctimas de travesticidios.

23 Entrevista realizada a Luisa por Alejandra Vukichevich y Ariel Arrieta, en diciembre de 2011. Para ponencia presentada en el marco de XI Encuentro Nacional de Historia Oral y V Congreso Internacional de Historia Oral de la República Argentina: “Historia, Memorias y Fuentes Orales”, Córdoba, 25 al 27 de septiembre de 2014, Gabriela Fernández.

24 Entrevista realizada por Judit Cruz para Radio Sur, 2022.

25 Entrevista realizada a Luisa por Alejandra Vukichevich y Ariel Arrieta.

26 La sanación, un acto político emancipatorio. Disponible en: https://decolonial.hypotheses.org/2147

27 ¿Dónde estaban las mujeres en 2001?. Disponible en: https://latinta.com.ar/2021/12/feminismos-cordobeses-2001/

28 Schmucler, Héctor (1988). Miedo y confusión.

MEMORIA EN EL CONURBANO

NO ESTÁN SOLOS

Reconstrucción de la Masacre de Avellaneda y el
legado de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki.
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